lunes, 26 de enero de 2009

Listas y más listas que solo el tiempo podrá decantar


Listas que retan a la historia
1001 discos que hay que escuchar antes de morir es un libro con un título algo siniestro, pero de enorme atractivo por su formato compacto y las novecientas y tantas páginas que intentan compilar una “lista definitiva” de algunos de los mejores discos editados en los últimos cincuenta años- Un volumen que resulta de amena lectura gracias a la pluma apasionada e incisiva de noventa críticos musicales y un estupendo contenido visual de portadas y fotos de artistas.
El británico Robert Dimery y el norteamericano Michael Lydon, uno de los cofundadores de la revista Rolling Stone, han reclutado a una plantilla internacional de críticos que en su mayor parte proceden del ámbito anglosajón (incluidos Australia, Nueva Zelanda y Canadá), pero también hay colaboradores de Italia, Polonia y España.
En la introducción Robert Dimery comenta que “el alcance de este libro le permite al lector volver a examinar las críticas aceptadas de forma unánime sobre lo bueno y lo malo a lo largo de estos cincuenta años. Como es lógico, la elección de este conjunto de álbumes es por completo subjetiva y como editor asumo gran parte de la responsabilidad de esta recopilación… Espero que la mezcla de artistas y géneros aquí dispuesta os resulte estimulante como introducción a algunos de los mejores discos grabados en el pasado medio siglo”.
En orden cronológico, el libro se inicia con el disco In the wee small hours (1955), de Frank Sinatra y culmina con Get behind me Satan (2004), de The White Stripes, cubriendo diferentes géneros como el jazz, rock, pop, soul, country, cantautores, reggae, electrónica, étnica y algún otro estilo más indefinible. Sin embargo, a decir verdad, el rock, el indie y el pop son la apabullante mayoría de las reseñas, dejando con un regusto a conservadurismo a los amantes de la exploración avant-garde, los amantes de la electrónica más exploradora o los seguidores de las “otras músicas” (ya sea pop latino, étnica, neo folk, nu-jazz, etc).
En cada reseña –generalmente a página completa - se incluye la ficha de cada disco, la portada, y, en la mayoría, también la lista de temas con los autores y la duración de cada uno. También hay abundantes fotos de muchos de los artistas más celebres. Los comentarios son muy informativos pero no se detienen en datos biográficos de los artistas más allá de lo que pueda interesar para explicar las razones de la importancia de dicha placa y en el libro no se reseñan compilados o trabajos que solo hayan escalado las carteleras musicales por ser muy vendedores. En resumen, muchos de estos discos han entrado ya en la historia y otros se han mantenido en cenáculos minoritarios de la música de culto y se pueden echar de menos decenas de artistas. Por poner un ejemplo, en el ámbito latino aparecen solo Bebel Gilberto, Tito Puente, Rubén Blades y Willie Colón, pero no incluye a una celebridad como Celia Cruz ni álbum alguno grabado por artistas españoles.
Otro aspecto muy interesante del libro es poder ver unas ochocientas portadas de tantos y tantos clásicos, cubiertas que son símbolos indelebles de lo que ocurre cuando artistas plásticos y músicos colisionan creativamente para diseñar un envoltorio gráfico, lo que muchas veces sirvió para difundir lo mejor del arte pop del último cuarto de siglo. ¿Quien no recuerda el arte del disco Sgt Pepper´s Lonely Hearts Club Band de Los Beatles?, un verdadero hito que cambió para siempre el arte de las portadas de discos, creaciones que posteriormente parecieron heridas mortalmente al surgir en los ochenta el formato CD a un tercio del tamaño de los venerables discos de vinilo pero que aún así ha sobrevivido y mutado en los últimos años.