miércoles, 25 de febrero de 2009
Hans-Peter Lindstrøm sicodelico, cósmico y genial
Un mix sicodelico y soñador para noches de bruma
¿El mejor mix del año? Una sesión de antología que arranca con dos largos minutos de una grabación de campo (los sonidos de la naturaleza como otra forma de música) y se cierra con una clasica melodía de los años cincuenta. “Sleepwalk”, como su nombre bien parece indicar, se apropia de la mezcla para proponer un fascinante paseo por el subconsciente. Optimo (DJ Twitch y DJ Wilkes) han planteado una sesión narcoléptica que invita a cerrar los ojos y a sumergirse en los planos secretos de las canciones. Coil (que aquí aparecen con su magnífica “Cold Cell”) o Nurse With Wound (representados con “Funeral Music For Pérez Prado”) levantaron su leyenda con estas mismas premisas. Al menos en su primera mitad, “Sleepwalk” se vuelve un placer psicodélico sin que en sus cortes aparezca el mínimo atisbo de música psicodélica, tal y como nos la ha vendido la historia del pop. Las frecuencias electrónicas de Raymond Scott, los ritmos repetitivos de Cluster o el contrabajo autista de Arthur Russell ponen los mimbres para lo que podría ser un viaje lisérgico de primer orden. Podemos identificar una segunda parte del set en el momento en el que entra una de las voces más alucinantes que jamás se haya atrevido a cantar, la de Karen Dalton. Aquí la cosa deja de entrometerse en nuestra psique y, entre el jazz groove de Duke Ellington, la orquesta de Mulatu Astatke y el punto crooner de Lee Hazlewood, poco a poco vamos poniendo los pies en la tierra. Poco a poco vamos aterrizando y tomando conciencia de una sesión con la que los escoceses Optimo han dejado la técnica en casa para apostar por unas nuevas reglas en la mezcla. Lo que se pretende es volver a ser conscientes del enorme valor de la música en una época de locura informativa y percepciones instantáneas.
lunes, 9 de febrero de 2009
Atmósferas clásicas en un mundo digital
Las relaciones entre la música académica -también llamada culta o clásica- y la creación electrónica es un campo difícil de delimitar gracias a fronteras sonoras bastante porosas y límites imprecisos. Sin embargo, el lenguaje orquestal de instrumentos acústicos, plasmado en los pentagramas y el de las partituras digitales recreadas por computadoras, teclados y samplers parecen estar más cerca que nunca con una nueva generación de artistas inmersos en una sociedad del bienestar, del internet y de la globalización; y que tienen una cultura musical tan amplia que sus creaciones trascienden la electrónica. Compositores que intentan redefinir la belleza en la era del ordenador e investigan sin miedo alguno las fronteras del avant garde, la experimentación y el pop donde clicks, bleeps, glitches, sonidos sintetizados, cuerdas trémulas y pianos cristalinos colisionan en las composiciones de una serie de artistas que usan los instrumentos habituales de la música culta pero en un contexto de estudio donde se les adereza con un ambiente electrónico, esto con resultados a menudo más emotivos que vanguardistas. A diferencia del rock, quien siempre miró a la música culta con recelo y acuñaron el despectivo término “sinfónico” cuando se realizaba el censurable maridaje entre ambos mundos musicales, la electrónica muestra una afinidad, fascinación y cercanía hacia lo que los británicos denominan “modern classical” que no es otra cosa que la continuación de una larga tradición musical occidental sin elementos de la influencia afroamericana (jazz, soul, funk, disco, R&B). Artistas y sellos musicales que destacan en esta escena electrónica y neoclásica incluyen al atmosférico Miasmah, escudería noruega creada por Erik K. Skodvin que se considera asi misma como una “pequeña institución cultural que edita música para escenas y lugares” y representa creadores como el norteamericano Rafael Anton Irisarri, el francés Encre y el joven instrumentista Greg Haines; Nonclassical fue fundado por el compositor Gabriel Prokofiev en 2004 y este nieto del gran creador ruso de Pedro y el Lobo entre otras obras maestras dirige un sello clásico “alternativo” que reta las nociones de la música culta en las grabaciones del dúo Génia & John Richards y su propio grupo The Elysian Quartet, una mezcla de cuarteto de cuerdas y experimentación electrónica, que han editado incluso remixes; los sellos germanos City Centre Offices y Staubgold no solo editan electrónica de avanzada sino que cobijan a finos creadores limítrofes como Swod, Marsen Jules o Ekkehard Ehlers; los refinados británicos de Leaf, hogar del fabuloso nipón Susumu Yokota, la delicada francesa Colleen o el mexicano Murcof. Finalmente, el exitoso sello Type es el más reconocido de esta tendencia y fue creado por los británicos John Xela and Stefan Lewandowski después de encontrarse por casualidad en una discotienda, fichando artistas electrónicos que flirteaban abiertamente con lo clásico como Julien Neto, Ryan Teague, Deaf Center, los proyectos paralelos del artesano sonoro Keith Kennif –Helios y Golmund-. Machinefabriek, Midaircondo, Peter Broderick, Sylvain Chauveaud, Khonnor y The North Sea entre otros. A esto se suman innumerables músicos independientes como el misterioso pionero William Basinsky, el genial compositor alemán Max Richter, el emotivo cuarteto de Nueva York con nombre kafkiano, Gregor Samsa y los celestiales artistas islandeses Amina, Hilmar Orn Hilmarsson, Sigur Ros y Jóhann Jóhannsson.
Ruichi Sakamoto
Impresionismo y ambiente
La música electrónica nació contemporánea pero su historia no es lineal o coherente y se halla plagada de inflexiones a veces inexplicables. Se trata de una apasionante historia del progreso y la asimilación de la tecnología por parte del ser humano en su vida y en su arte. En el libro “The Ambient Century. From Mahler to trance” de Mark Prendergast (Bloomsbury 2000) se sitúa el auténtico comienzo de la música ambiental no en los impresionistas franceses como Claude Debussy o Erik Satie sino en el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Gustav Mahler. El libro ofrece además un concepto de música ambiental más amplio y libre de su desarrollo en un siglo de historia y destaca dos características esenciales: su capacidad para deconstruir las formas musicales de occidente e influenciar en la tecnología de grabación.
Sin embargo, la música limpia, concisa, melancólica y silenciosa del controvertido Erik Satie y sus Pieces Froides o las bellas, Gymnopedies constituyen un claro y muy citado precedente de las suaves texturas desarroladas por el ambient. Desde allí esta música de textura y atmósfera va pasando por ilustres antecedentes como John Cage, padre de la música aleatoria y creador de paisajes sonoros; Iannis Xenakis, arquitecto y compositor de una compleja música matemática; y el minimalismo de Steve Reich, Philip Glass, La Monte Young y otros artistas de esta escuela que preconiza la repetición constante –con ligeras variaciones- de estructuras musicales reducidas a lo mínimo. El minimalismo en su faceta más popular, como la creada por los británicos Michael Nyman y Gavin Bryars, impactó profundamente en el genio “renacentista” multidisciplinar de Brian Eno, quien convierte el estudio de grabación en un organismo creativo, al ser productor de artistas pop como Roxy Music, David Bowie, Talking Heads o U2; es además un prolífico compositor y creador del Ambient Music en 1975. Un año antes, Michael Nyman había escrito un libro de cabecera para toda esta historia, titulado “Música experimental: de John Cage en adelante”, un texto que codificaba los hallazgos del minimalismo y sienta las bases del presente ambiente neoclasico. El concepto de ambiente está asociado con las artes decorativas, lugares donde la gente se reúne (lounge), con el planeamiento de espacios urbanos y suburbanos, y en el ámbito del estudio de grabación lo que los ingenieros de sonido llaman ambiente es una dimensión espacial conferida al sonido con cierto grado de eco y reverberación. Cuando Brian Eno escogió el termino ambiente para definir sus calmadas composiciones de mediados de los años setenta –como la serie Ambientes entre 1978 y 1982 y su fundacional Música para aeropuertos- de seguro que tuvo en mente las ricas connotaciones de este término que implica colorear una atmósfera con un sentido de espacio y profundidad, y rodear al escucha con sonidos que a menudo se funden con el paisaje. Brian Eno definió su música como “una nube o un río; no cambia mucho pero nunca deja de cambiar y es tan ignorable como interesante”. Las texturas delicadas del ambient van evolucionando de forma subrepticia durante los primeros años ochenta en las composiciones de amigos y discípulos de Brian Eno que editan en el sello EG como Harold Budd, Michael Brook, Laraaji, John Hassell entre muchos otros. Diferentes aproximaciones van confluyendo en lo que hoy día conocemos como neo clasicismo electrónico, incluyendo la música incidental para películas y el retorno a la instrumentación acústica tras largas etapas de experimentación electrónica.
Paísajes cinemáticos
Las bandas sonoras de películas son la auténtica música clásica popular del siglo XX ya que los compositores para cine como el legendario Ennio Morricone, Nino Rota, John Williams, Hans Zimmer o Angelo Badalamenti transmiten el lenguaje tonal y armonías del impresionismo y otros movimientos clásicos pero rebajan su complejidad y así sustituyen a la música clásica en el imaginario del colectivo mayoritario, alienados afectiva y emocionalmente de los experimentos serialistas, dodecafónicos y experimentales que hacen de la música culta un coto cerrado para una elite especializada Para el autor español Javier Blánquez, compilador del libro “Loops, una historia de la música electrónica” aquí se halla un pilar de las actuales composiciones del neoclasicismo electrónico, ya que “compositores como Max Richter o Jóhann Jóhannsson se sirven de la electrónica únicamente para enriquecer unas partituras que andan a caballo entre la música fílmica de Mychael Nyman y el llamado minimalismo sacro de John Taverner, Henrik Gorécky y el idolatrado compositor estonio Arvo Pärt.” Uno de los artistas más interesantes del neoclasicismo, Keith Kenniff, ha firmado obras cruciales bajo el apolíneo nombre Helios y Golmund, trabajos que documentan la influencia de las bandas sonoras y el movimiento del rock “indie” en la nueva electrónica paisajística, al construir a partir de un puñado de notas de piano una sinfonía orgánica en constante evolución. El artesano sonoro de discos de ambient fílmico como Unomia (2004), Eingya (2006) y su reciente Ayres (2007) gusta de “películas lentas en las que no ocurre casi nada y cuando la música suena se puede de verdad escuchar. Y suele ser una música hermosa, sutil.”
Otro factor relevante es el creciente desinterés en la electrónica pura y el regreso al uso de instrumentos acústicos en todo tipo de grabaciones contemporáneas, desde el house “orgánico” de finales de los años noventa al pop electrónico de la variopinta e influyente hada islandesa Bjork, quien retoma elementos acústicos y se apoya en orquestas en discos como Homogenic (1997) Vespertine (2001) y Medulla (2004). La posterior llegada del movimiento “indietrónico” en los turbulentos inicios del nuevo milenio, con sellos de electrónica melancólica y pop de cámara como los germanos Morr Music, City Centre Offices, Karaoke Kalk o Payola, consolidan el retorno acústico y la sonoridad orquestal dentro de la creación electrónica gracias al genio de artistas como el danés Jonas Munk Jensen (Manual), el minimalismo del germano Jörg Follert (Wunder, Wechsel Garland), las melodías cinemáticas del belga Arne Van Petegem (Styrofoam) , la cristalina belleza ambiental de la dupla de Antony Ryan y Robin Saville (Isan) y muchas memorables composiciones de Arovane, Lali Puna, Herman & Kleine, Schneider TM, Max de Wardener y Solvent . Estos músicos y buena parte de los mencionados previamente comparten el gusto por el impresionismo, música ambiental, orquestas tonales y suntuosas, bandas sonoras, pianos resonantes y electrónica minimalista, creando una música plena de sentimiento, eclecticismo y grandeza.